«La poesía nos lleva al limite de nosotros mismos»
Entrevista con Camila Ríos Armas, poeta y activista, basada en París, Francia
Por Pippa Bourne y Elvira Vega Herrero
¿En qué año te fuiste a Francia?
Me fui a Francia en 2014. Empecé en 2011 a hacer un intercambio de estudios de 11 meses y fue en 2014 cuando me viene a vivir a París definitivamente.
¿Cómo viviste el proceso de ir desde Venezuela a Francia? [¿Cómo fue] estar sola allí, tan lejos del sitio donde naciste?
Cuando me fui en 2014 ya había trabajado en Venezuela un año y medio en comunicación política de las campañas presidenciales para la oposición la primera vez que ganó las elecciones el presidente actual, Nicolás Maduro. Fue un año y medio bastante intenso donde hubo muchos movimientos sociales. Necesitaba irme para dejar de lado ese trabajo tan fuerte y me fui en 2013 unos meses a Nueva York porque tenía familiares allí y necesitaba salir de Caracas. Fue un trabajo muy intenso, puse mucha energía, estábamos todos muy deprimidos y de alguna manera sabíamos que lo que venía iba a ser bastante peor que lo que ya teníamos. Ese sentimiento de desesperación y de impotencia hizo que incluso mis padres vieran que tenía que irme un tiempo fuera del país porque no estaba bien.
En ese sentido, mi proceso migratorio fue por etapas. Después de irme a Nueva York regresé a Venezuela y gané una beca de la Fundación Carolina para hacer un programa de verano con 49 jóvenes líderes iberoamericanos en el que estuve dos semanas. Luego me volví a Nueva York y mientras tanto me inscribí en varias universidades. En 2014 me admitieron en la Universidad de París y también en la Universidad de Sussex. Decidí venirme a París porque yo había vivido aquí en 2011 y eso hacía que no fuera una ciudad extraña del todo (o eso pensaba). Como entré para un máster no estaba tan integrada en el ambiente universitario. Pero al llegar descubrí que había entrado a una universidad bastante prestigiosa y exigente para los franceses, con unas exigencias muy fuertes. Además vivía sola y eso fue un poco duro para mí, especialmente en el primer año. Yo llegué en agosto y después vino el otoño y el invierno, que en París son bastante fuertes: con el cielo gris, falta de sol, no hice muchos amigos… A mí me gusta mucho estudiar entonces vivía o en la biblioteca o sola en mi casa. La verdad es que fue bastante duro, al menos el primer año del máster (son dos). En el segundo curso hay que hacer una práctica y yo me seguía sintiendo muy sola, necesitaba algo que se pareciera a mi casa y conseguí una práctica en Madrid y viví allí seis meses en 2015. Eso me renovó las energías y luego estaba muy contenta de volver a París. En definitiva: fue un proceso de emigración organizado (yo sabía lo que iba a hacer en todo momento) pero hubo cosas difíciles como adaptarse al idioma o tener a mi familia lejos. Además durante esos años la situación en Venezuela empeoró mucho y eso también me afectaba.
Después de terminar ese máster empezaste a trabajar en un proyecto con refugiados, ¿Cómo ha influido este trabajo en tu escritura?
Los movimientos migratorios siempre me han llamado la atención. La primera vez que trabajé con personas migrantes fue en Nueva York haciendo un voluntariado en un centro de inmigrantes irregulares. El tema de las raíces, el desarraigo, la memoria y la identidad ligada a un territorio físico me parece apasionante. Yo estudié Desarrollo Internacional y cuando hice mi máster me centré en el tema de la migración. Pero lo hice desde un punto de vista más técnico y teórico (como son los flujos de migración o los programas de desarrollo, la importancia de la diáspora). Todas esas cosas me hicieron entrar en el tema migratorio de una manera profesional, claro, obviamente influye quien soy y de dónde vengo. Eso también es parte de mi poesía. No podemos disociar nuestras experiencias personales, aunque sean como espectador, de lo que vivimos. El libro que voy a publicar este año lo empecé en 2011. Habla de la primera vez que viví en Francia y también de los viajes que hice. Es un libro ordenado por ciudades y el ritmo que estas tenían para mí. En todo lo que he publicado hasta ahora no hay nada explícito sobre inmigración, aunque creo que el tema de la identidad, la memoria y el movimiento del cuerpo es algo que siempre ha estado en mi poesía. Hace ya diez años que empecé este libro y habla más de este tema pero desde una perspectiva amable, sobre lo bonito que tiene viajar y descubrir ciudades. En los textos que escribo últimamente sí aparece expresado de forma más fuerte la parte dolorosa del proceso migratorio que yo personalmente no viví pero sí conozco a mucha gente que la ha tenido que soportar. También trato el tema del exilio al que tengo que enfrentarme todos los días en mi trabajo. Con estos temas soy muy respetuosa y me costó mucho llegar a escribir sobre ello. Hay muchos venezolanos que nos sentimos en el exilio pero la realidad es que no lo estamos; si yo quisiera coger un avión mañana y llegar a Caracas podría hacerlo. Pero esa no es la realidad de muchas personas que si lo hicieran los matarían o perderían la protección que tienen. Trabajar en este tema hace que yo sea muy respetuosa con las situaciones personales, tanto la mía con mis privilegios como con las de otras personas que se sienten exiliadas.
¿Sientes que perteneces a una comunidad de jóvenes escritores o poetas en Francia?
No, aunque tampoco he dedicado el tiempo necesario a buscar si existe realmente una comunidad de autores que escriban en español porque yo no escribo en francés o, si lo hago, es en alguna entrada de mi blog. Lo que tengo en el blog son cosas que estoy trabajando, no son textos finales y, por así decirlo, en mi cabeza tienen un grado menos de importancia que las cosas que publico bajo una mayor revisión. Allí publico sin mucho filtro, igual que en Instagram donde publico algunos ejercicios de escritura en francés. No creo que tenga la capacidad de escribir en francés, aunque no por problemas con el idioma. Si lo intelectualizase podría hacerlo pero no me viene la inspiración en francés por mucho que lea en ese idioma. Esto ha hecho que encontrar una comunidad sea más difícil. Voy a algunas lecturas de autores franceses pero más como oyente, sin participar directamente como escritora.
En mi vida como escritora, lo más duro ha sido perder mi comunidad de escritores por la migración y la pérdida del idioma. Aunque seguimos estando en contacto en línea no es lo mismo, siempre es mejor estar en el mismo sitio que tu comunidad. Aquí escribir es un proceso mucho más solitario y lento y también más doloroso porque no paras de ahondar en que esa gente ya no está y no lo va a estar nunca de la misma manera. Eso puede ser bastante triste.
Mi madre también es poeta y yo también asocio la poesía a mi relación con ella. Mi hermana vive ahora en Madrid y yo suelo ir un par de veces al año allí porque me ayuda a recargar las baterías: allí si hay una comunidad de escritores venezolanos que además tienen muy buena relación con poetas españoles. El ritmo es totalmente diferente. Eso en París no lo tengo y me ha obligado a crear una nueva rutina de escritura, a encontrar el lugar del proceso creativo en mi nueva forma de vida. Por eso he escrito mucho menos desde que estoy aquí. Pero no pasa nada, los procesos y los ritmos de escritura pueden cambiar con los años. También el idioma dificulta mucho: cuando estás todo el día escuchando hablar en otro idioma a veces tienes la sensación de que estás perdiendo vocabulario o que las ideas te vienen en francés pero al plasmarlo en el papel no te gusta. Las palabras te inspiran y evocan pero vivir ese proceso con una mezcla de idiomas a veces resulta muy difícil. Todos estos elementos hacen que sea más costoso sentir que pertenezco a un mundo literario en Francia. Además, el nuevo libro que publicaré este año será bilingüe pero en inglés.
En tu blog mencionas que los franceses defienden constantemente la identidad de su país, ¿En Venezuela es igual? ¿La gente siente la misma emoción hacia su país?
Para empezar, los países que han sido colonizadores tienen un sentimiento nacionalista mucho mayor que los que han sido colonizados. Eso es algo que sucede en todo el mundo. Lo mismo ocurre con países que hayan tenido gran poder económico o países como Grecia, que han tenido que defender su tierra históricamente o Líbano, que han vivido un proceso de diásporas muy fuertes. No creo que sea el caso de Venezuela. Más bien, el pueblo venezolano está construyendo ahora mismo su identidad –según mi opinión–. La idea de lo que somos como extranjeros, como pueblo dispersado es lo que ahora mismo se está construyendo. Yo no tengo abuelos que hayan vivido ninguna guerra o que sean inmigrantes españoles o italianos. Hasta entonces había una identidad para el extranjero que vivía en Venezuela pero no para el caso contrario de ser nosotros quienes estábamos en otros países. La generación de mis padres viajaba para estudiar fuera pero regresaba porque había futuro, quedaba mucho por construir. Esta situación ha hecho que nosotros como pueblo reflexionemos mucho sobre qué es ser venezolano, sobre nuestra identidad.
A mi me emociona saber que al menos he conseguido forjar cuatro amistades con personas venezolanas aquí en París. Con ellas tengo otro nivel de relación, porque son personas que conozco desde lo que yo llamo «mi otra vida». Creo que nos emocionamos al pensar en nuestro país estando fuera. Por desgracia, la situación política nos ha polarizado mucho. Cuando alguien te dice que tiene un amigo venezolano y que trabaja en la embajada, por ejemplo, te haces preguntas sobre esa persona. Hay gente que en cinco minutos ya necesita saber de que lado estás para saber si puede hablar contigo o no, pero yo no soy así. Seguramente por mi trabajo veo las cosas de otra manera. Pero en realidad, el ser venezolano también es preguntarse por nuestra música, por nuestras arepas, por nuestros escritores… La mezcla de culturas hace muy difícil encontrar una respuesta a esta pregunta. Ahora mismo el pueblo venezolano está construyendo esa identidad, reflexionando sobre ella. Obviamente nos aferramos a cosas: muchos amigos míos tienen en su casa una foto del Ávila (la montaña que está en Caracas), como seña de que son de allí. Otros tendrán un José Gregorio Hernández, que es un medico recientemente santificado. Para cada persona ser venezolano puede ser una experiencia distinta. Ahora mismo, como pueblo, estamos intentando construir una identidad colectiva –del ser venezolano– en el extranjero. Mi hermana, que tiene veinticinco años, se aferra a cosas totalmente distintas a las que se aferra mi generación. Las personas más jóvenes sienten que si no se apegan a algo de su país van a perder su vínculo con éste, pero tampoco se sienten parte del país donde viven. Esto no solo pasa con los emigrantes venezolanos, es un hecho común a todos los emigrantes. Sin embargo, esta situación es más dolorosa para las personas que se van de un país forzosamente o con desagrado.
Has dicho que cada persona vive de un modo ese arraigo a sus raíces, ¿Cuál sería el tuyo? ¿De qué modo sientes tu unión con Venezuela?
Yo ahora estoy escribiendo historias de mi niñez en un estilo de prosa poética porque no quiero olvidar los recuerdos que me hacen ser quien soy. De este modo estoy redescubriendo un poco de nuevo el país a través de mis recuerdos, las historias de mis padres o de mi abuela… Creo mucho en la tradición oral. Vivo mi relación con Venezuela por sus artistas, sus escritores, sus poetas. Sueño con el día en que pueda traerme mis libros aquí porque no me traje ninguno cuando vine y he ido solo dos veces a Venezuela en estos años. Volviendo a la pregunta, yo creo que vivo la relación con mi país desde el recuerdo, por ejemplo, enseñándoles comidas típicas de allí a mis amigos. Pero personalmente la vivo de un modo bastante doloroso porque yo empecé mis estudios pensando que iba a trabajar en políticas públicas o cosas por el estilo. Aquí en Francia trabajo con minorías, que no es lo mismo. Esa venezolanidad no la vivo tan políticamente, sino desde la narrativa, los cuentos y las historias orales. Especialmente con mi padre al que le pregunto por historias de las ciudades o cosas así. Me da miedo que se pierda la memoria, pero hay muchas personas trabajando en ello, en que no se pierdan esos recuerdos y eso me da esperanza.
¿En qué sentido crees que tu poesía está influida por tu lugar de nacimiento?
Creo que más que la poesía es el observar poético, que es algo que tengo desde que nací. No porque alguien tenga una madre artista va a ser artista pero en mi caso creo que eso ha influido mucho. Porque te inculca desde pequeña una forma de ver el mundo y de atender a los detalles con una sensibilidad especial. Mi madre me introdujo en un universo bastante particular en el que ella está metida todo el rato y yo no. Mi trabajo trata sobre unos temas totalmente diferentes, que no tienen nada que ver con la poesía. La inmersión en ese mundo de mi madre hizo que yo me introdujera en un mundo de cuentos, de fantasía. Yo de pequeña estaba loca por los cuentos y nunca me negaron ninguno, por lo que tengo una colección muy grande de cuentos infantiles. Pero ese caso no es el de todo el mundo, mi hermana no es así para nada y mi madre tampoco la forzó. En mi era natural. En lo que estoy escribiendo ahora hay muchas imágenes que evocan algunas emociones de cuando era pequeña, quizá cosas que me recuerdan una flor o un animal. Estoy intentando escribir sobre las pequeñas cosas sensibles porque no quiero que se me olviden. Creo que eso influye mucho en mi poesía reciente, mucho más que antes. Aunque en general mi poesía podría definirse como algo bastante plástico, visual; como si estuvieras viendo una fotografía de mi niñez: los viajes, la naturaleza… Todo eso influye inevitablemente en nuestro inconsciente y en la forma en que escribimos.
¿Crees que hay alguna diferencia entre el modo en que se enseña en las escuelas venezolanas y las de Francia? ¿En Venezuela se enseña de un modo más plástico y sensible? ¿Crees que eso haya podido influir también en tu escritura más allá de lo que te ha enseñado tu madre?
Creo que la escuela en Francia crea a gente más libre de pensamiento. Por ejemplo, leen desde pequeños libros con mucho más nivel que en Venezuela. Leen cosas que yo solo leí gracias a mi madre. Yo solo daba clases de arte de forma extraescolar porque se lo pedía a mis padres y además tenía un tío pintor, pero de no ser por eso no lo habría hecho. Todas esas cosas tuve que aprenderlas gracias a mi familia porque en el colegio no se enseñan. Por ejemplo en España dan clases de música y pintura, eso en Venezuela no es así. Hasta los ocho años fui a un colegio en Caracas que sí que desarrollaba ese lado más artístico con una metodología bastante diferente a la habitual, parecida a la Montessori. Allí las aulas no tenían pupitres, se promovía el análisis crítico, pero luego nos mudamos y ese colegio estaba muy lejos así que me llevaron al colegio que estaba más cerca de nuestra casa que era mucho más normal y donde, por ejemplo, rezábamos obligatoriamente todas las mañanas. Yo nunca tuve problemas de bullying pero sí era la excéntrica de la clase. Este era un colegio bastante sencillo: nos hacían leer las mismas novelas de siempre como Doña Bárbara. Nada del otro mundo. En mi libro Muralla intermedia (2008) hablo de esa época en la que me revelaba porque no me sentía identificada con lo que me enseñaban. No obstante, era un colegio en el que se daba espacio también a los que pensábamos diferente. Podría decirse que fue enriquecedor hacer mis estudios hasta bachillerato en un colegio así donde a veces hasta me sacaban de clase por las preguntas que hacía. Yo necesitaba saber por qué estaba mal hacer esas preguntas y eso influyó mucho en la postura crítica de interculturalidad que tengo ahora.
La escuela en Venezuela sigue siendo una escuela muy clásica, al menos cuando yo estudiaba. Incluso en los colegios privados mi mejor amigo fue marginado por ser actor de teatro, lo mismo si eres homosexual o una mujer un poco masculina. A veces me gusta hacer el ejercicio de pensar qué habría sido de mí si hubiera ido a un colegio como en el que trabajo aquí en Francia; me gusta pensar en qué habría estudiado. En París noto un sentido crítico y de debate en los niños ya desde muy pequeños, en las cosas que dicen y las conversaciones que tienen. Veo que aquí debaten a diario y no se llevan esas discusiones al terreno personal. Eso es algo que nos falta todavía en Venezuela.
¿En qué momento crees que se manifestó en ti ese gusto por la poesía? Como dices, tú eras una niña curiosa y desde muy pequeña estabas interesada en las artes. ¿Cuándo decidiste que era a la poesía a lo que te querías dedicar y no a otra disciplina artística?
Yo de pequeña dibujaba mucho y escribía cuentos. Me fascina la fantasía, los cuentos cortos. Y ahora de mayor leo más narrativa que poesía. Me encanta el ejercicio de crear personajes y desarrollar sus personalidades. Yo lo he intentado pero me obsesiono demasiado con los detalles. Creo que ese gusto por la narrativa es algo que influye también en mi forma de escribir poesía. Aun así, recuerdo perfectamente de la noche en la que escribí mis primeros versos. Yo tenía unos quince o dieciséis años, era de noche y estaba en mi cuarto y de pronto me nació la necesidad de escribir algo. Cogí un cuaderno y así lo hice. Algunos de los poemas que yo escribí esa noche están intactos en mi primer libro. Sin modificarlos los presenté en un concurso y gané la mención de honor y por ello me lo publicaron. Fui la persona más joven en ser publicada por esa editorial. Tardé mucho tiempo en decirle a mi madre que yo escribía poesía porque mi madre es una poeta bastante conocida y eso me intimidaba, además yo no había leído todavía sus libros. Me llevó mucho tiempo leer los poemas de mi madre porque me daba miedo que la gente me dijera que escribía como ella. Ahora nuestra relación es también de poeta a poeta, compartimos nuestros textos y los corregimos. Pero sí, la poesía se me presentó de golpe, de noche, y desde que lo hizo no se ha ido. Desde entonces me ha acompañado constantemente aunque a veces de forma más presente y otras menos, pero yo veo la poesía en todo. Ser poeta trasciende el acto de escribir, es un modo de ver el mundo y es una estética.
¿En qué sentido te ha influido tener una madre y un abuelo escritores y haber estado desde pequeña tan relacionada con el arte?
No todo el mundo que tenga un familiar escritor tiene por qué dedicarse a escribir. Pero cuando ocurre sin forzarlo me parece maravilloso porque las conexiones entre esas personas están más presentes. Mi abuelo murió cuando yo tenía solo un año pero de él conservo todos los objetos que coleccionó a lo largo de su vida, sus historias o sus fotografías. Ese universo que el recolectó ha llegado a mi a través de mi abuela, que también es artista y algunos de mis tíos que son pintores o escritores. Es evidente que hay alguna relación: desde pequeña he ido a museos y he estado muy en contacto en el arte, pero no creo que yo ahora siga escribiendo solo por aquellas experiencias. Obviamente yo podía hacer un montón de cosas: me apuntaban a lo que yo quisiera o en los veranos iba con mi primo a talleres de cerámica, además en mi casa siempre había libros y me llevaban a muchas lecturas para que viera la sección de libros infantiles mientras los mayores asistían al evento. Si eres un niño con esa sensibilidad, tener la oportunidad de crecer ahí es genial porque lo tienes todo mucho más cerca. Estoy segura de que eso formaría parte de mi personalidad aunque yo no hubiera terminado siendo escritora pero en mi caso fue bastante útil. En cierto modo explica cómo soy. Al principio este tipo de preguntas me costaban porque yo decía «Soy Camila la hija de Edda Armas» pero con el tiempo he aprendido a asumirlo con orgullo. Soy su hija y estoy muy orgullosa de su escritura pero eso no es lo único que hace que yo sea escritora. Incluso del lado de mi padre me viene este amor por los libros. Tengo el privilegio de venir de una familia donde el arte tiene un rol bastante importante y eso me ha formado a mi de una manera u otra.
¿Alguna vez tú o algún miembro de tu familia habéis sentido la presión de la censura?
Por supuesto. Por ejemplo mi tío, que es premio nacional de fotografía, eligió para una exposición una foto de la estatua de la libertad (él vive en Estados Unidos desde hace muchos años) y se la censuraron porque ese era el símbolo del gran enemigo. Mi madre estuvo un tiempo también muy activa con el grupo PEN de escritores que a nivel mundial denuncian casos de acoso a escritores o periodistas y también ella estuvo en listas y censurada de eventos. Incluso, en el periódico El Nacional, que es bastante importante en Venezuela, están escribiendo una Enciclopedia de la Destrucción donde varios autores narran qué ha sido para ellos la destrucción de Venezuela y yo colaboré con ellos en ese proyecto. Un tiempo después allanaron el periódico y tienen unas multas de millones de dólares. Creo que yo puede escribir aquellas palabras porque estoy fuera del país. Además todos los que hemos trabajado alguna vez en comunicación política hemos estado en listas negras. Mi jefa directa es refugiada política en Madrid por ejemplo. En mi círculo cercano sí he vivido esa discriminación. También situaciones como que no te incluyan en algunos eventos o cosas así. En los años dos mil, mi madre trabajó en el centro de arte y literatura que organiza el premio Rómulo Gallegos y ya entonces había discriminación en los proyectos que se financiaban y los que no. Creo que por desgracia la censura y la discriminación en los escritores es algo que he podido vivir desde cerca.
En tu blog incluyes también poemas de otros autores ¿hay poetas Venezolanos que influyan en tu poesía? ¿Sientes también la influencia de escritores que hayas conocido viviendo en Europa?
Cuando empecé a escribir sí estuve muy influenciada por nuestras grandes poetisas y poetas como Hanni Ossott, Miyó Vestrini, Alfredo Silva Estrada o Reynaldo Pérez Só y también por otros poetas que escriben poesía breve. Al comienzo me esforcé en descubrir la poesía de los grandes clásicos venezolanos aunque no creo que esté influida por un autor o autora en concreto. Hay escritores a los que siempre vuelvo pero creo que estando en París es muy diferente. Cuando vivía en Caracas yo tenía la biblioteca gigante de mi madre y yo leía lo que me apeteciera en ese momento. Aquí tengo que buscar en internet o releer los pocos libros que me traje. El tema de escritura y migración me interesa mucho y mis lecturas últimamente son muchos más autores extranjeros, especialmente libaneses o sirios que han pasado por ese proceso. Ahora mismo leo más las traducciones de estos autores al francés que a poetas propiamente franceses.
Antes te referías a la plasticidad de la poesía y del lenguaje, a la viveza que tienen las palabras y a su capacidad para evocar. ¿Crees que la poesía es un medio de expresión artístico que se ajusta más a tu visión del mudo o a lo que quieres transmitir a tus lectores?
Creo que la poesía nos lleva al límite de nosotros mismos, de nuestra sensibilidad y nuestro intelecto. Transforma ciertas realidades mediante el ejercicio de encontrar la forma de expresarlas. Es un reto encontrar la manera de transformar al simple banco rojo que puedo estar viendo en algo más que un simple banco. El reto está a nivel creativo en la transformación de objetos y en la búsqueda de la relación entre esos objetos y nuestros sentimientos. Esta relación entre sentimientos y objetos es bastante poderosa en la poesía, especialmente en el objeto que inicialmente nos hizo escribir un poema. Hay un poema de Eugenio Montejo llamado ‘Regreso’ en el que, partiendo de una silla, termina hablando de árboles y del alma y de todo lo que vino antes para que se crease ese taburete de madera. Eso es lo que me encanta de la poesía, esa especie de universo secreto de espíritus mágicos. Marcel Proust ve la poesía como pensamientos e ideas misteriosas y a mí me gusta esa idea. Siempre he visto la poesía como lo que está al revés del objeto que miramos y en mi poesía se refleja la obsesión por los detalles en esta misma línea. En mi caso creo que también por eso mi proceso de escritura es bastante lento porque mi modo de escribir es muy críptico, comienzo por algo que es evidente y termino en algún lado completamente distinto. Pero esta forma de escribir creo que refleja bien lo que quiero expresar desde un plano inmaterial de aquello que no necesariamente estamos tocando. No obstante, para mi lado reflexivo político o militante (que también lo tengo) hay otras formas de escritura que se ajustan más a lo que quiero decir. Últimamente, también he estado ejercitando la prosa poética como recurso estilístico. No tengo un proceso intelectual en el que decido qué voy a escribir, cuando comienzo a escribir observo la forma en que se va construyendo esa narración. Cuando alguien me dice que no lee o no escribe poesía porque no la entiende siento que la poesía no consiste tanto en entenderla sino en vivirla y conectar con ella. Quizá nunca vamos a saber qué es exactamente lo que el poeta quiso decir cuando escribió un poema pero aun así nos sentimos atraídos por su obra, hay algo que suena dentro de nosotros al leerlo. Para mí con eso la poesía ya cumple su función. No es necesario comprender qué quiso decir exactamente el poeta sino más bien universalizar ciertos sentimientos, emociones o imágenes que nos unan. La poesía para mí es mi forma de expresar las cuestiones del lado intangible de la vida que también está con nosotros. Por eso mis poemas son tan sensoriales.
¿Piensas de forma diferente cuando escribes en tu blog que cuando escribes poemas?
Suelo escribir bastantes reflexiones o situaciones que veo y me hacen pensar en algo pero me parece que estos temas no entran tanto en los tonos de mi poesía. No me interesa la poesía política. Aunque hay muchos autores que tienen poemas políticos formidables no es un subgénero en el que estoy interesada personalmente. Pero sí tengo muchas cosas que decir. Para mi el blog es un Frankenstein: lo comencé en 2011 cuando me vine por primera vez a vivir a Europa porque no tenía WhatsApp y mi familia preguntaba por lo que estaba haciendo, además estaba fascinada por todo lo que veía así que empecé a escribir mis vivencias descubriendo París. Estas primeras entradas siempre salían en forma de relato; después introduje algunos poemas y algunos textos más políticos como una entrada que habla de una bienal de Venecia. Yo publico en mi blog todo lo que siento que tengo que decir pero sin mucho filtro. Por ejemplo en mi última entrada, a propósito del movimiento Me too en Venezuela decidí contar la historia de mi agresión sexual porque no tenía donde publicarla. Creo que el blog es parte de lo que soy como persona, es un reflejo de las diferentes facetas de mi vida.
Los procesos de escritura de mis libros son un poco distintos. En mi primer libro empecé a escribir poemas sueltos hasta que me di cuenta de que entre ellos había una conexión, entonces los junté en un libro. El segundo libro, Ecos: letras de flamenco, tiene varias partes que tienen que ver entre ellas y fue previamente diseñado. Y el tercero, que saldrá publicado este año, es una mezcla de esos dos procesos. Yo empecé a escribir poemas sobre diferentes ciudades y vi que cada uno de ellos tenía ritmos distintos porque estaban influidos por el ritmo de la ciudad donde estaba. Decidí organizarlo como un cuaderno de viajes que recoge diferentes ciudades y después hay una parte donde hablo solo de Caracas y los últimos años que viví allí. Entonces hay dos partes pero que están conectadas entre ellas. Ahora estoy trabajando en unos poemas que sé que van a ir juntos pero yo no decido antes de empezar a escribir un libro el tema que voy a tratar, mi escritura es un proceso más orgánico. El libro que estoy escribiendo ahora son poemas que comencé en el año 2016, no tengo ninguna prisa por publicar, prefiero que el proceso adopte su propio ritmo.
“Creo que la poesía nos lleva al límite de nosotros mismos, de nuestra sensibilidad y nuestro intelecto. Transforma ciertas realidades mediante el ejercicio de encontrar la forma de expresarlas. Es un reto encontrar la manera de transformar al simple banco rojo que puedo estar viendo en algo más que un simple banco. El reto está a nivel creativo en la transformación de objetos y en la búsqueda de la relación entre esos objetos y nuestros sentimientos. Esta relación entre sentimientos y objetos es bastante poderosa en la poesía, especialmente en el objeto que inicialmente nos hizo escribir un poema”.
¿Cómo han influido las redes sociales en tu público?
Antes de irme de Venezuela yo era muy activa en Twitter pero después dejé de usarlo tanto porque tenía un tono muy político y yo ya me había ido de mi país. Cuando me empezaron a seguir personas francesas tampoco sabía ni si quiera en que idioma escribir y eso me hizo alejarme de la redes sociales, sobre todo de Twitter. Yo apenas formo parte de la rama literaria de Twitter pero es muy fuerte, tiene mucho impacto. Me gusta mucho usar Instagram porque te permite postear imágenes y texto al mismo tiempo. Eso me permite también hacer fotos y desarrollar mis poesías mediante las imágenes. No publico todo el tiempo pero sí con cierta continuidad comparto cosas que a mi me parecen poéticas. Lo bueno del blog es que puedes tener cierta interacción con tu público pero no me considero a mí misma bloguera. No creo que tenga un grupo de lectores en línea fieles con los que interactúo todo el tiempo. Como dije antes, mi proceso literario es bastante solitario, incluso en línea. Tengo amigos que pertenecen a comunidades de escritores en línea pero yo no formo parte de ninguna porque ahora mismo no siento que tenga ni tiempo ni energía. Me alegra que no me olviden, cuando contaron conmigo para este proyecto me sentí agradecida de seguir en alguna lista de escritores. Lo mismo me pasa cuando me invitan para participar en alguna antología.
¿Cómo es tu experiencia con el proceso de publicación?
En mi caso, el proceso de publicación también se ha visto afectado por mi migración. Mis primeros libros fueron publicados en Venezuela. Como ya dije antes, mi primer libro fue publicado gracias al concurso al que me presenté y el segundo lo envié a una conexión de nuevas voces y me aceptaron. Y este tercer libro quedó de finalista en un premio y pensé que iba a ser más fácil publicarlo pero después se complicó todo, me propusieron editarlo online y luego volví a revisar el texto en 2017. En total me ha tomado unos 10 años publicar este libro, aunque he hecho algunos parones en ese tiempo. Tampoco sabía cómo publicarlo ni donde porque no estoy en España. En ocasiones me he encontrado un poco desilusionada con este proceso porque cuando estás dentro de una comunidad de escritores sale solo pero estando lejos no es fácil. Estando en uno de mis viajes en Madrid me encontré con la editorial Kálathos, que originalmente fue una editorial venezolana que ahora está haciendo un trabajo muy loable en España publicando a poetas venezolanos. Les envié el texto para ver si les interesaba cuando tenía el libro ya listo con la traducción y las correcciones trabajadas. También me habían aceptado en una editorial en Venezuela pero solo me permitían publicar en línea. No me interesaba que mi libro saliera solo en formato E-Book después de esperar diez años para poder publicarlo. Así que cuando me aceptaron en Kálathos lo íbamos a publicar pero luego vino la pandemia y el proceso quedó un poco parado. La publicación es un camino largo y además mi poesía no está necesariamente ligada a una publicación, es algo que hago porque es parte de mi vida. Obviamente me gusta poder publicar mis libros pero no lo necesito. Mi intención es conseguir publicar el próximo libro también en francés además de en español. Por lo que he visto las editoriales francesas piden el libro ya traducido y yo no siento que esté preparada para traducir. Cuando intento traducir mis poemas al francés termino escribiendo uno nuevo. Por eso necesitaría a alguien que me los tradujera. La edición también es algo complejo. Me ilusiona que el próximo libro salga en Madrid porque es una ciudad en la que puedo participar en lecturas y en eventos o ferias. Me gustaría seguir publicando en Venezuela para no perder ese vínculo pero es muy triste publicar y estar lejos y no poder presentar tu libro en condiciones.
¿Quieres comentarnos algo más?
Cuando uno elige una carrera profesional que no necesariamente está ligada a la literatura creo que es mucho más difícil sacar tiempo para escribir. Es un reto bastante fuerte encontrar los momentos adecuados. Sobre todo cuando se tiene un trabajo como el mío, social y con contacto humano. A veces siento que tengo un debate entre estas dos facetas. Una vez trabajé en un campo de refugiados en el norte de Francia y vi muchas cosas que podían ser escritas pero sentía que hacerlo era traicionar a esas personas. Cuando uno está ayudando a personas con situaciones tan difíciles, por mucho que sepa que su sufrimiento tiene un lado estético, te sientes mal si escribes sobre ello, si lo reduces a algo artístico. Yo viví esa situación en 2015 y me llevó muchos años poder escribir algo sobre esa experiencia por ese debate constante entre mi rol de poeta y el de trabajadora social. Cuando más escribo es cuando salgo de viaje porque salir de mi entorno me da impulso para crear. Siento que mi proceso es mucho más lento y paciente que el de alguien que se dedica a tiempo completo a la escritura. No siempre estoy con la cabeza preparada para escribir. También siento la presión de que mis dos primeros libros gustaron mucho y las expectativas para el próximo son altas. Hay gente a la que le sorprende que siga escribiendo. A veces subestimamos la importancia de socializar nuestra poesía, de compartirla con el público. Por mucho que el proceso sea interno o solitario necesita de interacciones sociales con el mundo exterior y, por mi migración, eso ha sido la parte más difícil para mi como poeta.