«Mi búsqueda ahora es la búsqueda de la libertad en la creación» «
Entrevista con Diana Moncada, poeta y periodista, residente en Lima, Peru
Por Alba Cosmo Cruz y Natasha Tinsley
En tu ensayo Apuntes sobre la escurridiza pregunta del ¿para-qué-escribo? hablas de la poesía como un ejercicio de autoconocimiento que ofrece claves para entenderse a uno mismo, a las experiencias vividas, claves que sólo aparecen después de un período de observación que más tarde se convierte en un ejercicio de esculpir, de pulir. ¿Dirías que hay ciertas verdades que se desentierran a través de la poesía y sólo a través de ella?
Ese ensayo lo escribí hace tiempo y algunas cosas han cambiado sobre mi propio entendimiento de la poesía desde entonces, pero hay mucho de lo que escribí ahí que todavía me resuena. Para mí la poesía se convirtió en una forma de autoconocimiento y un ejercicio para entender mis propios procesos, no sólo personales, sino para intentar entender la realidad más allá de las cosas que están definidas “muy correctitamente”. Cuando escribí Cuerpo crepuscular la poesía fue mi ancla, mi herramienta para entender todo lo que sin ella, me hubiese costado mucho más tiempo entender. La poesía me hacía prestar mucha más atención en las cosas: me permitía sentarme y pensar por qué algo es como es, por qué el mundo es así. Estamos constantemente distraídos, pero la poesía para mí es un momento de atención plena: estás con todos los sentidos abiertos dispuestos a ver más allá, o al menos a intentarlo. En ese proceso, lo que traemos al poema es siempre muy poco y dice muy poco comparado con lo que interiormente se está movilizando. Ese es el eterno dilema y uno de los problemas fundamentales que ya muchos poetas y ensayistas han revelado, la imposibilidad de decir lo que la verdad poética es, esa verdad que intuimos pero que no podemos asirla completamente. El poema es como una evidencia de esa verdad, pero una evidencia que está llena de lo que es y lo que no es, es una pequeña cosa que guarda el secreto de lo que es la verdad poética pero tampoco lo revela completamente.
Respecto de esos cambios en tu poesía, en tu desarrollo como poeta también, ¿Cómo crees que ha podido influir el haberte tenido que ir de Venezuela a tu nuevo hogar en Lima? ¿Ha sido un punto de inflexión en tu desarrollo como poeta? ¿O atribuyes los cambios en tu poesía a otros sucesos?
Sí, ha sido súper influyente y es ahora cuando me doy cuenta de ello. Me hubieses hecho esta pregunta el año pasado y te hubiese respondido que para nada. Por ejemplo, yo había leído parte de la poesía peruana en Venezuela, pero una vez que entré en contacto con ella desde aquí y comencé a entenderla desde dentro, me puso en contacto con una sensibilidad distinta. La poesía peruana me movió muchísimo, me sacudió tanto a nivel sensible como a nivel intelectual, y me hizo darme cuenta de mi posición dentro de la poesía venezolana y cuestionarla. Supongo que es lo normal, porque el desplazamiento de territorio genera un desplazamiento de sensibilidad y de búsqueda poética también. Dentro del tema migratorio, más que el exilio, me mueve más bien el desplazamiento que nos obliga a cambiar la forma de ver las cosas, la forma de leer y de abordar la escritura. Eso ha influido en mí porque al salir de ese centro, comencé a darme cuenta de otras cosas, como que quizás no me gustaba tanto el tipo de poesía que había escrito y leído con tanta atención hasta entonces, o que realmente estoy peleada con cierta tradición. Ese desplazamiento, ese descentramiento, para mí ha sido fundamental. Es como cortar el cordón umbilical con Venezuela. Suena un poco feo decirlo (risas), pero es así. Salir de Venezuela ha sido cortar el cordón umbilical con el canon de la poesía venezolana y abrirme a otras cosas que me han ayudado a construir una voz con la que me siento más a gusto. Ahora, el tema de la migración como exilio no es un tema que me haya tocado tanto en la escritura. Mi poesía no tiene la huella del exiliado, no va por ahí.
Leímos que escribiste Los derrumbes justo antes de abandonar Venezuela. ¿Por qué crees que ocurrió en ese momento y no en otro? ¿Qué relación crees que existe ahí? ¿Te ayudó a la hora de despedirte?
Quizás puede parecer que el título Los derrumbes hace alusión al país derrumbado, pero este no es el caso, al menos no conscientemente. Cuando lo escribí nunca lo vi como un libro sobre mi país o sobre la decadencia que yo veía en el día a día. Quizás lo entendía más bien como un derrumbe de mi escritura, de mis procesos. Escribirlo me ayudó a ser más consciente de ese cambio de escritura. A final de cuentas todo lo que vive uno como poeta tiene una repercusión en su poesía, aunque no se vea a simple vista. Los derrumbes me ayudaron a sostenerme en ese período de transición de Venezuela a Lima, es un libro de transición, pero es un libro fallido técnicamente hablando, no representa algo que quisiera publicar.
“Siento que con la migración venezolana, el hecho de que estemos en todos lados, ha hecho que nuestra poesía se conozca más en otras latitudes. Estamos haciendo ruido, nuestra poesía se está extendiendo a otros lugares. Eso me parece muy positivo de esta generación a la cual pertenezco”.
¿Consideras que te costó mucho terminarlo? ¿Tuviste algún parón o seguiste escribiendo con frecuencia?
Cuando yo llegué a Lima, llegué obviamente con los miedos con los que todos migramos: empezar desde cero, ver cómo te acondicionas a la nueva realidad, etc. Además me vine a Lima cuando en Venezuela estaba en un buen momento tanto en mi carrera periodística como en la poesía. Al llegar a Lima, escribía muchísimo. Era mi manera de tratar de aferrarme al país, de tratar de no perderlo. La escritura era mi manera de intentar que las cosas no cambiaran tanto y de tener un piso estable en medio de todo lo nuevo. Pero luego eso fue cambiando. Ya en el segundo año la vida comenzó a distraerme; comencé a trabajar, a probar cosas nuevas, cosas que no tienen nada que ver ni con periodismo ni con la poesía. Fue un tiempo en el que hubo ‘un pare’ en la escritura que, de todas formas, era necesario, porque después de tanto escribir llega un momento en el que tienes que parar y darle tiempo a que lo que se ha escrito y lo que no se ha escrito aun, maduren. Y eso solo lo hace el tiempo.
Ahora, desde el año pasado, he comenzado otra vez a tener un ritmo de escritura. De hecho es posible que este año me publiquen un libro acá llamado Objeto distante, que escribí a partir de ideas que tenía al venirme a Lima pero que no había desarrollado. Aquí lo escribí por completo, pero no estaba tan segura del libro, no me convencía. Digamos que el libro todavía estaba muy ligado a mi voz del pasado. Un día, enseñándoselo a mi novio, que también es poeta, empezamos a revisarlo y di con el fallo. Tomé el libro, me fui y lo reescribí por completo en una semana porque había encontrado que lo que necesitaba el libro era un cambio de voz que ya había estado explorando en otros poemas nuevos. Con este libro ya me siento un poco más contenta, más satisfecha que con los libros anteriores porque al fin siento que he encontrado la voz que representa lo que yo estoy buscando en la poesía.
Nos interesa conocer cuál ha sido tu experiencia en el mundo editorial. ¿Qué cosas aprendiste de este proceso? ¿Qué fue lo más gratificante del proceso y qué fue lo más difícil?
Es muy difícil para uno, como poeta, publicar un libro de poemas en cualquier lugar. Es cierto que es más difícil en algunos sitios que en otros. En Venezuela, por ejemplo, es súper difícil, aunque es súper difícil casi cualquier cosa. Yo era muy incrédula respecto de la posibilidad de publicar aquí porque suelo ser una persona muy pesimista y no me hago ilusiones con nada. Pero algunas personas conocidas de acá y mi novio me alentaron. Toqué la puerta de una editorial y el editor se sintió interesado de inmediato y quiso que nos reuniésemos. Fue como un golpe de suerte: lo intenté y a la primera obtuve respuesta.
Pero igual sé que no es fácil publicar poesía ni aquí ni en muchos lugares. Siempre el tema editorial en Latinoamérica es muy difícil: no hay tantas editoriales, las que hay son editoriales independientes que tienen muchas dificultades económicas para imprimir, para distribuir, para promocionar. Es todo siempre muy complicado. Pero igualmente es súper gratificante cuando puedes hacerlo, cuando en medio de todo el desastre y la inestabilidad puedes decir: “esto se materializó”. Me satisface muchísimo que vaya a salir, sobre todo porque soy muy dura con mi poesía. Entonces cuando estoy más o menos segura de que algo es publicable, tener la posibilidad de que se publique es una satisfacción por el esfuerzo y una palmadita en el hombro. Es motivador también para seguir intentando publicar porque uno no puede sólo escribir para sí mismo, también nos gusta que nos lean. Este año voy a lanzar mi editorial, una editorial que haré con mi novio, Santiago Vera. Pero no es una editorial de poesía, sino una editorial de ensayos, libros conceptuales, y libros de artista. Hay varios proyectos que están todos tratando de nacer pero todavía no nacen. Espero que este año sea posible o si no, el año que viene. El tiempo lo dirá.
“Me pasaba al principio con cosas muy sencillas: nombrar cosas con modismos peruanos que ya no sabía cómo se decían en Venezuela. Entonces vas entrando en conflicto porque el lenguaje es identidad también: la lengua te define como parte de una comunidad”.
En tu blog personal dedicas uno de los posts a Martha Kornblith en el que hablas de las “carencias hondas e ingratas en el mundo editorial”, de la tragedia de las obras que se van perdiendo a causa de la falta de reediciones que hacen que estas acaben por ser inaccesibles al público. ¿Es esto algo que te preocupa o que repercute en tu obra? ¿Crees que es un problema que se puede revertir gracias a internet y a ejercicios como el que realizas tú misma en tu artículo al poner de nuevo en circulación poemas de estos libros perdidos?
Sí, es algo que me preocupa. Siento que la falta de una política editorial sostenida es una enfermedad en Latinoamérica. Pasan cosas como esas: libros que se publican pero que nunca se vuelven a reeditar y se pierden. Y esto es más evidente sobre todo en los libros de las generaciones anteriores a las nuestras: en el caso de Venezuela libros importantes del canon de la poesía venezolana, que pasaron veinte años y nunca se reeditaron, libros que no puedes encontrar en ningún lado excepto en una biblioteca nacional que no tiene una política de conservación y donde todo se está hundiendo. En general, me pasa hablando con otros poetas y amigos de Perú o Chile, que siempre hay este descuido con las ediciones. Pero también esto obedece a un tema económico: cuán difícil es imprimir en nuestros países. Pero siento que con la migración venezolana, el hecho de que estemos en todos lados, ha hecho que nuestra poesía se conozca más en otras latitudes. Estamos haciendo ruido, nuestra poesía se está extendiendo a otros lugares. Eso me parece muy positivo de esta generación a la cual pertenezco. Es algo de lo que hablo mucho con mis amigos: llegar a un país, interactuar con otros poetas y darles el libro de un poeta venezolano y compartir, generar un interés por lo venezolano, por la poesía venezolana. Este movimiento es una de las cosas positivas de todo este proceso tan duro. Nosotros estamos muy encerrados en nosotros mismos y toda esta migración nos ha hecho abrirnos.
¿Cómo crees que ha influido el COVID-19 en el mundo cultural y artístico? ¿Crees que ha dejado ver la importancia de las producciones artísticas o que ha tenido el efecto contrario? En esta situación podríamos ver la cultura como algo muy importante, porque es lo que nos ha mantenido cuerdos, pero también es verdad que es quizás el ámbito en el que menos se invierte y el que más sufre en períodos de crisis.
Es un tema bien complicado. Hay muchas oportunidades también en el mundo digital. Hay todo un mundo por explorar más allá del pdf que cuelgas en una página web. Hay muchas posibilidades de difundir poesía y de hacer proyectos originalmente digitales, es decir, no proyectos que se adapten a lo digital, sino que sean digitales desde su nacimiento. La pandemia nos ha cambiado la vida por completo y ha acelerado toda la transformación digital, que al menos en nuestros países era súper lenta. Yo creo que ha sido difícil pero siento que hay muchas oportunidades que no vemos todavía muy claramente. Es un reto editar en y desde el lenguaje digital, es decir, no llevando los códigos físicos del libro a un nuevo formato sino aprovechar el nuevo formato y crear a partir de él otras formas de lectura. Hay libros interactivos, plataformas y webs de novelas hipertextuales que te llevan a todos lados y donde entra el gif, los memes, la escritura híbrida… Hay que cambiar el chip: ya estamos aquí y tenemos un montón de oportunidades. Es otro desafío posicionar cosas en internet, es otro mundo en el que uno también tiene que luchar porque los algoritmos son los editores de hoy, como lo dijo Jorge Carrión, pero digamos que es un momento en el que siento que podemos colaborar más con otras personas de otros países y esas oportunidades están más a la vista que antes de la pandemia. Creo que eso es con lo que tenemos que quedarnos.
En tu artículo De las mujeres que migran entre la jauría, lamentas el ‘mutismo’ que se vive al mudarse a un país extranjero. Comentas que ‘la lengua se encoge’, que ‘nos atrofiamos’, y te preguntas, ‘¿Por qué no puedo ser yo?’. Hemos visto una conexión entre lo que explicas en este artículo y lo expresado en tu poema titulado Máqina distante, donde dices “perderás el habla / perderás tu historia / serás un artefacto obsoleto y lleno de moho”. ¿Qué vínculos ves tú en todo esto? Nosotras pensamos que hay ciertas expresiones que usabas para comunicarte en tu día a día y que seguramente, al mudarte, hayas tenido que abandonar y adaptarte a otras. Y a lo mejor eso conlleva alejarte de tu hogar, de lo que tú eras, de tus raíces, etc.
No hay vínculos conscientes. Pero desde afuera sí pueden darse estas lecturas cruzadas. Para mí en Perder el habla hay muchas lecturas. Perder el habla es perder el habla para escribir poesía, por ejemplo. Originalmente no he escrito esto pensando en mi proceso migratorio, pero podría leerse también así porque incluso estando en un país en el que se habla tu mismo idioma, tu lenguaje es distinto y hay un montón de palabras que decimos que aquí se entienden mal o que tienen un significado totalmente distinto, incluso violento o grosero. Incluso el ritmo del habla, o el tono, todo eso que te define como parte de un territorio lingüístico, comunican mensajes confusos en lugares distintos. En ese proceso en el que tú como migrante intentas adaptarte al otro, al nuevo territorio, a su lengua, sus modismos, etc., al principio sientes que te vas perdiendo un poco, que vas perdiendo tu identidad.
“Me interesan las posibilidades del lenguaje para crear nuevas conexiones, explorar con el lenguaje de una forma más material y encontrar una sintaxis que, a pesar de sus anomalías, pueda aún así comunicar algo que, a pesar de su aparente desorden, diga un montón de cosas”.
Me pasaba al principio con cosas muy sencillas: nombrar cosas con modismos peruanos que ya no sabía cómo se decían en Venezuela. Entonces vas entrando en conflicto porque el lenguaje es identidad también: la lengua te define como parte de una comunidad. Para un escritor cuya materia prima es el lenguaje, sí es determinante, sí te mueve. Hay jergas que se van interiorizando y que empiezan a convivir con las cosas que tú ya traes y eso cambia tu sensibilidad y tu relación con el lenguaje. En tu poesía y tu escritura hay un conflicto, una relación bien movida con la lengua del otro país y el país del que eres parte, que se ve reflejada en el lenguaje poético. Está plena de tensiones. Supongo que por esto hablaba, en el artículo sobre migración, de que la lengua se encoge, porque uno aprende a callar para tratar de entender al otro. Y en el poema de Perderás el habla también, pero en un sentido distinto: uno pierde el habla para escribir poesía.
Cambiando de tema, queríamos saber, ¿cómo ha cambiado tu imagen de Venezuela desde que te fuiste? ¿Te sientes nostálgica? ¿Puede haber hecho que la mires con otros ojos? Desde un enfoque más político, ¿crees que es mejor un enfoque realista y crudo que hable sobre lo hiriente de la situación actual? ¿O a ti te gustaría promover una perspectiva más positiva que ponga en valor la riqueza del lugar y la belleza de la cultura venezolana?
La imagen que tengo de Venezuela actualmente es muy triste. Lamentablemente no soy nada positiva con el tema. Veo noticias todo el tiempo sobre Venezuela y estoy enterada de las cosas que pasan pero el mensaje que recibo de allá y las narraciones que me hace mi mamá de lo que pasa, para mí forman parte de un país que no conozco y es totalmente abrumador. Ya eso lo comenzaba a sentir durante los últimos años que viví allá. Lo sentí en cosas pequeñas acerca del lugar donde viví; ciertas callecitas habían cambiado muchísimo y la vida fue volviéndose cada vez más difícil. Mi experiencia en Venezuela, más concretamente en Caracas, era que todo lo que conocía se iba descascarillando, todo se iba haciendo muy feo, todo se iba destruyendo, … las imágenes diarias eran muy fuertes. Y ese cambio, a pesar de no ser muy abrupto, porque la crisis venezolana empezó hace tiempo, la transformación de la ciudad y mi entorno me afectaron mucho. Ahora, desde que estoy afuera, hay cosas con las que sueño y que recuerdo con mucha nostalgia, que pueden sonar cliché como el cielo de Caracas, la luz de Caracas, el verdor de Caracas y ciertas cosas muy específicas de mi entorno. Pero el resto es todo como una bruma, es como una ciudad fantasma para mí. Muchas veces trato de imaginar cómo sería volver, caminar por las calles por las que solía caminar,… pero es muy difícil porque mi imagen ahora es muy confusa. No lo conozco: esa es la sensación que tengo ahora con el país en general. Supongo que pasaré por varias etapas, es el proceso normal de migrar.
Pero desde que salí de Venezuela siento que podría estar en cualquier lugar. Siento que una vez que uno abandona su país natal, en realidad podría estar en cualquier lugar y sería indiferente. Yo estoy en Perú y le tengo mucho cariño al país pero podría estar en cualquier otro lado y no pasa nada. Agarro mis maletas y me voy. Siento que el único lugar que ancla es la casa materna, la tierra, el lugar donde naciste. Una vez que lo abandonas eres como un paria eterno, puedes estar en cualquier lugar.
¿Cuáles son las cuestiones que te están llamando ahora a la hora de escribir y de las cuales quieres investigar a través de la poesía?
Me interesan las posibilidades del lenguaje para crear nuevas conexiones, explorar con el lenguaje de una forma más material y encontrar una sintaxis que, a pesar de sus anomalías, pueda aún así comunicar algo que, a pesar de su aparente desorden, diga mucho. Mi búsqueda ahora es la búsqueda de la libertad en la creación. Por otro lado, a veces uno dice, ‘Bueno, yo soy muy libre’. Pero es difícil ser libre en la escritura porque uno escribe con un montón de cosas encima: con los escritores a los que te quieres parecer, a los que no te quieres parecer, las tradiciones de las cuales no quieres ser parte, tus propios juicios, etc. A veces somos presa de nuestra propia exigencia, de las expectativas que nos hacemos, y al final dejamos un poco de ser tan libres para crear. Yo siento que no he conquistado todavía mi libertad poética. Es algo que busco. Lo que quiero conquistar ahora a través de la escritura es intentar y ensayar esa libertad. Me interesa continuar las búsquedas que he comenzado con mi último libro, próximo a publicarse, un libro donde exploro lo maquínico: el crujir y el deseo de la máquina y su vínculo con la naturaleza. Y quiero explorar con distintos registros discursivos en un mismo libro, con distintas voces y con el espacio y el formato del libro como significantes también; lograr que el libro no solo sea un contenedor, sino que también sea contenido y expanda el poema fuera de sus límites.